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La Alcarria

Guadalajara

Bilbao, mayo de 2012.
Vaya por delante que esta ruta por la Alcarria surgió de la casualidad. Ni era el destino que tenía en mente, ni el tipo de viaje que pretendía hacer. Y cuando ofreces un escenario compuesto por un viaje fallido, pocos días libres y un ya recurrente desinterés en arrastrar la mochila por tierra de infieles, desconfiar sobre la categoría de tu propia función es algo natural. Sin buenos principios sobrevienen malos fines y aún peores medios. Pero a veces las cosas juegan a nuestro favor, y un plan improvisado ante la imposibilidad de materializar otro más apetecible, se revela como un plan que nunca debió ser el sustituto de ninguno. La vida te bloquea todos los caminos menos uno, a ver si así, por fin, eliges el que conviene. Tantas lecturas y tanta polla para que luego los vaivenes del azar me lleven de la mano como si fuese un vulgar concejal.

Viaje a la Alcarria es el relato de viaje más famoso de la literatura en español, circunstancia en la que también influyeron esos mismos vaivenes del azar. Su nacimiento descansa en claroscuro, al punto de que ni siquiera se sabe con certeza quién dió con la idea feliz de atravesar una parroquia como la Alcarria de Guadalajara en aquel junio de 1946, para después publicar por entregas el relato de la travesía. Unos dicen que la iniciativa partió del semanario El Español, y Cela, que el mérito fue suyo, algo que cuadra mal con la desgana y los aires de superioridad condescendiente que exhibe a lo largo de la obra, atributos más típicos de un texto por encargo. Pero, oye, igual hay gente que se lanza a viajar con el desenfrenado estusiasmo de un cadaver. En cualquier caso, gran parte del libro es fabulación. Cela anduvo por la Alcarria, sí, pero de forma muy distinta: ni lo hizo pordioseando ni corto de recursos, ni siempre solo ni siempre caminando.

Viaje a la Alcarria es el relato novelado de un viaje, realidad y ficción entrelazadas: varios personajes y muchas de las escenas -y diálogos, para qué hablar- son fruto de su inventiva. Estas cosas ya las hacía Bayo cuarenta años antes, y apostaría a que Cela se inspiró en esa joya olvidada que lleva por título Lazarillo español (Guía de vagos en tierras de España por un peregrino industrioso), en donde aquél narraba tres meses de vagabundeo a pie y con bolsa floja desde Madrid hasta Barcelona pasando por Sevilla. Bayo paseaba su alegría de viajar y Cela su arrogancia urbanita, pero son demasiados rasgos en común como para atribuirlos a las fatalidades del ingenio: vagabundería andariega sin propósito conocido, charlas idealizadas con los lugareños, mundo rural... Cela aporta su talento narrativo, su prosa contundente y un humor que a menudo cae en la chabacanería, pero es el mismo jardín que plantó Bayo.

Aunque El Español entregó a sus lectores los primeros capítulos, Cela, por motivos nada claros, suspendió su colaboración con el semanario. Hubo de pasar un año y medio hasta que Revista de Occidente publicase el texto en forma de libro. La acogida fue gélida, y eso que Cela ya acumulaba su buen prestigio por el éxito de La familia de Pascual Duarte. Pero las virtudes de La colmena, la novela que lo catapultó al estrellato internacional, cambiaron el paisaje: su encumbramiento hizo germinar al inevitable grupo de turiferarios que desde entonces rinden servicio descubriendo excelencias hasta en sus apuntes del parvulario. Y así, Viaje a la Alcarria, una obra sin calado, se convirtió en la quintaesencia de la sustancia: nos encuentran crítica sociopolítica en una narración armada mayormente de fruslerías y destapan un sinfín de grandezas por lo visto ocultas al ojo torpe del profano. La soltura del adulador para atropellar la razón merecería enciclopedia propia.

Mal podía ser Viaje a la Alcarria una novedad literaria cuando el género llevaba décadas inventado... No, el verdadero mérito del libro es otro; radica en que te empuja a viajar a la Alcarria para perseguir sobre el terreno los pasos de Cela, mérito que muy pocos relatos de viaje consiguen porque ningún escritor del género conoce las claves para animar al lector a seguir sus huellas. Tampoco Cela, que luego produjo muchos más y ninguno logró iguales cotas de popularidad ni lo acompaña hoy la gente. Supongo que algo ayudará que el viaje literario sea breve y circule por un ámbito accesible y acogedor como la Alcarria (y no por Yemen o Somalia, pongamos por caso, que posiblemente conlleven ciertos inconvenientes dificiles de manejar), pero cientos de libros con esas mismas características yacen en el corral del olvido por no haber estimulado otro camino que el bostezante que conduce al sueño.

El contraste entre la realidad actual y la de 1946 es un ejercicio irresistible para quien haya leído el libro y ataque esta ruta: aquel ruinoso castillo de Torija es una fortaleza bien restaurada que alberga en su interior un museo a mayor gloria de Viaje a la Alcarria, aquellas obras en el secarral para embalsar las aguas del Tajo y del Guadiela permiten contemplar veleros navegando por un mar artificial, etc. El resto lo pone la Alcarria: Torija, Brihuega, Pastrana, Zorita de los Canes, Cifuentes, Trillo..., pueblos de aire distinguido y vida estacionaria, pueblos que mueren en otoño para resucitar en primavera.