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La web

Alí BeyDivagaciones y boberías que se me ocurren durante los viajes y dejo aquí para leer en el futuro. Escribo sin serenar las sensaciones, sin permitir que el tiempo las borre y apenas deje los recuerdos, porque he aprendido que mientras éstos perduran, aquéllas se desvanecen pronto y son sustituidas por impresiones manipuladas por la arbitrariedad de la memoria. Aprovecho y dedico la web a Alí Bey, hoy olvidado por casi todos. Como Urdaneta y como muchos otros que deberíamos recordar pero duermen archivados en algún rincón mientras dedicamos calles a la porquería más escogida y monumentos a cualquier extranjero que nos frote el ego. Véase la de Adams en Bilbao, un fulano que llegó a nosotros por casualidad y cinco días después se marchó conociéndonos con tanto rigor, que incluyó a Santander y Laredo entre las villas vizcaínas.

Alí Bey (Barcelona 1767-Damasco 1819) fue el alter ego de Domingo Badía. Al menos al principio, porque hay quienes piensan que tras cinco años ejerciendo como Alí Bey, Badía acabó por creerse su propio personaje. Pionero en el relato en forma de crónica, ningún europeo viajó por los países musulmanes como él lo hizo. Sus andanzas y aportaciones son comparables a las de Marco Polo e infinítamente más relevantes que las de turistas de medio pelo a los que se adula con sumisión perruna. Sin embargo, en España es un completo desconocido.

Aunque nunca puso un pie en la universidad, como autodidacta alcanzó a ser un erudito, una especie de hombre del Renacimiento que dominó mil materias: dibujo, geografía, botánica, cartografía, astronomía... Ilustrado y aventurero, investigador y liante, Badía fue un tipo obsesivo cuyos proyectos rayaban en lo estrambótico si no en lo disparatado. Su transformación en Alí Bey el-Abbassí, príncipe sirio descendiente del profeta, sucede en 1803, cuando Godoy lo envía a Marruecos como espía de la corona. En su papel de notable musulmán (para el que no tuvo reparos en circuncidarse) recorrió el país durante dos años, de Tánger a Mogador y de Rabat al Atlas, hasta ser invitado a marcharse por las sospechas sobre su verdadera identidad. La cantidad de información (notas, ilustraciones, mapas...) que reunió y los episodios que vivió merecen bastante más que una triste placa en una esquina.

Domingo BadíaEn su segundo viaje como espía atravesó Grecia, Túnez, Líbia, Chipre y Egipto antes de colarse en La Meca, coto cerrado para los europeos. Documentó templos nunca antes vistos, describió los ritos musulmanes y fue el primer occidental en escribir una crónica rigurosa de La Meca con planos que tardaron años en ser igualados. De vuelta pasó por Siria y Palestina, visitó Constantinopla y Bucarest, y en Viena dió por concluida una representación que quizá ya no lo fuese tanto, porque para entonces su naturaleza inquieta seguramente se sintiera bastante más cómoda en la piel de Alí Bey que en la de Badía. Su regreso en 1808 concidió con el inicio de la Guerra de la Independencia y el reinado de Pepe Botella, durante el que desempeñó distintos cargos administrativos con gran éxito de insultos. Afrancesado como era, al finalizar la guerra salió de España a la carrera con rumbo norte.

Una vez en Francia se nacionalizó (he ahí, tal vez, la causa de su condena al olvido) y al servicio del gabacho y con una identidad también árabe pero diferente a la de Alí Bey, se embarcó en otro de esos proyectos suyos (cruzar África desde Abisinia hasta Senegal) en los que cuesta determinar si lo que primaba en ellos era el interés nacional o su interés por conocer nuevos mundos. Jamás atracó en puerto africano: murió de disentería en Damasco. O envenenado por los británicos, según algunos. Quién sabe, la vida de este espía, científico y explorador está repleta de misterios.